viernes, 20 de junio de 2014

Pan tostado y mermelada de fresa.

Y cuando quise abrir los ojos estaba sola. Javier se había ido. O eso parecía.
Oía los pasos de Daniel en el interior. Pero solo eso. El silencio reinaba en el descansillo, y solo el crujir de la madera se imponía. Me enderecé pausadamente, con tranquilidad. Ya no tenía prisa. Me toqué el pelo, intentando aparentar normalidad. Pero el recuerdo de sus tirones me hacía humedecerme otra vez...
No, para. Ya está.

Me acerqué a la puerta y la abrí con cuidado. Daniel había preparado sus famosas tostadas. Toda la estancia olía a fresa y pan recién hecho. Sonreí. Como en los viejos tiempos. Cerré la puerta con cuidado y apoyé mi peso en ella. De repente unos brazos me sacaron de mi mundo para devolverme a la realidad.

-¿Quién era? - me susurró Daniel mientras me rodeaba la cintura.

- El casero. Ya sabes, para eso del alquiler...

- Ah.

Daniel no hizo más preguntas. Sabía que pasaba algo, pero me conocía muy bien y suponía que no le iba a decir nada, así que mejor no insistir. La tarde pasó tranquila, entre risas, cosquillas y sexo. Como antes. Como cuando todo estaba medianamente bien y los dos nos queríamos. Aparentemente todo iba bien ahora. Pero no podía ser como antes, porque antes Javier no existía para mi.